IRVING D. YALOM - Verdugo del amor

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Verdugo del amor.

Háganse un regalo en esta vida y lean a Yalom. No voy a engañarlos, este último libro me costó arrancarlo. De hecho lo había comprado el año pasado y lo miraba, lo transportaba, lo hojeaba, pero no lo arrancaba. ¿Por qué?, sencillo, leer a Yalom invariablemente me enfrenta con todos mis miedos. Y no siempre me encuentro con la suficiente presencia de espíritu para atravesarlo. Pero, y también invariablemente, termino cada uno de sus libros con un profundo sentimiento de bienestar. Hasta aquí solo había leído novelas: El día que Nietzche lloró, Un año con Schopenhauer y El enigma Espinoza. Tres increíbles libros que abrieron senderos de introspección profundos en mi persona. En este caso, el autor presenta 10 casos de terapias que se centran en diferentes problemas, que de alguna manera resumen los pesares comunes de la humanidad. Debo confesar que me alegró leer en la Posdata final, que en realidad los relatos eran una suerte de cuento y no se basaban en realidades per se. Me alegró, porque a pesar de ser un gran libro, de alguna manera sentía una y otra vez que este hombre estaba violando la confianza de sus pacientes. Por suerte no fue asi. La posdata final vale su peso en oro. El autor escribió este libro alrededor de sus 50 años, la posdata la escribió bien entrado en sus ochenta, lo cual es sencillamente espectacular. 
Transcribo algunos párrafos para no olvidarlo.


Aunque nos esforzamos en la vida por vivir de a dos o en grupo, hay momentos, sobre todo cuando se acerca la muerte, que la verdad irrumpe con escalofriante claridad: nacemos solos y morimos solos.

Nietszche decía: "La recompensa definitiva de la muerte, no morir mas."

Otto Rank describe esta postura ante la vida con una frase maravillosa: "Rehusar el préstamo de la vida con el fin de evitar la deuda de la muerte".

Todos sentimos ansiedad por la muerte. Es el precio que se paga por el conocimiento de uno mismo.

Me parece que el sentimiento de que "se deberia haber hecho mas" refleja un deseo subyacente de controlar lo incontrolable. Despues de todo, si se es culpable de no haber hecho lo que debia hacer, se desprende entonces que hay algo que pudo hacerse, un pensamiento consolador que nos aparta de nuestra patetica impotencia ante la muerte.

Lucho contra la magia. Creo que, aunque la ilusión puede alegrar y consolar, en ultima instancia e invariablemente debilita y constriñe el espíritu. 
Pero existen el momento oportuno y el discernimiento. Nunca descartes nada si no tienes algo mejor que poner en su lugar. Cuidado con desguarnecer a un paciente que no puede soportar el frio de la realidad. Y no te extenues trabandote en combate con la magia religiosa: no eres un rival capaz de vencerla. La sed por la religión es demasiado fuerte, sus raíces demasiado profundas, su refuerzo cultural demasiado poderoso. 
No obstante, no carezco de fe: mi Ave Maria es el conjunto socrático: "La vida no examinada no vale la pena de ser vivida".

El contrato de no suicidio (un contrato escrito u oral, en el que el paciente promete llamar al terapeuta cuando se siente autodestructivo de una manera peligrosa, y el terapeuta amenaza con poner punto final a la terapia si el paciente viola el contrato con un intento de suicidio) siempre me ha parecido absurdo ("Si usted se mata, no lo tratare mas").

De modo que Marvin y yo habíamos llegado a un punto crucial, a una coyuntura a la que inevitablemente conduce la toma de conciencia. Es el momento en que uno se para frente al abismo y decide enfrentarse a los despiadados hechos existenciales de la vida: la muerte, la soledad, la falta de fundamento, el sin sentido. Por supuesto, no hay soluciones. Uno solo puede elegir ciertas posturas: ser "resuelto" o "involucrado" o valerosamente desafiante, o estoicamente aceptante, o renunciar a la racionalidad y, reverente, colocar su confianza en la providencia de lo Divino.

Termino esta retrospectiva con un comentario que mi yo mas joven habría encontrado sorprendente: concretamente, que la mirada de los ochenta es mejor de lo esperado. Es cierto, no puedo negar que la vida en los años finales no es mas que una maldita perdida tras otra, pero aún así he encontrado mucha mas tranquilidad y felicidad en mis séptima, octava y novena décadas de lo que jamas hubiera imaginado que fuera posible. 



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