TOMAS ELOY MARTINEZ - La novela de Perón

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La novela de Perón.

Debo la lectura de este libro a los comentarios de Jorge Fernández Díaz en su programa de radio "Pensándolo bien" que va de lunes a viernes de 20 a 23 en radio mitre. El señor Jorge conoció al señor Tomás, y estuvo con el días antes de su fallecimiento. Con todo el tiempo del mundo para elaborar y comunicar sus pensamientos, el señor Jorge me vendió la idea que "hay que leer La novela de Perón de Tomás Eloy Martínez".
Dicho todo lo anterior aquí van mis pareceres. Al igual que muchos libros escritos por gente que sabe hacer uso del lenguaje no es fácil. Si se me permite una expresión habitual en mi para estas ocasiones, digo que es como intentar alimentarse solo de dulce de leche. Uno le entra a dos o tres cucharadas enloquecido, pero ahí nomás se da cuenta de que no quiere más. por un rato al menos.
Lo de novela también es un tanto discutible. El libro reúne hechos verídicos, novelados si se quiere, sin intentar torcer la opinión del lector en favor o en contra del personaje central y su movimiento. Es mas, terminado el libro me surgía la pregunta de si este hombre fue antiperonista o peronista. Luego leí en algún lado, que a el le gustaba definirse a si mismo como un "peronólogo".
Mi opinión final: un buen libro para tener como lectura alternativa. Es decir, agarrarlo cada tanto, leerse 30 o 40 páginas y estacionarlo nuevamente por unos días. De ninguna manera es un libro que se pueda leer de un tirón; salvo, salvo que se haya vivido la época peronista y uno tenga un interés personal en el tema. 
Algunos párrafos para recordarlo:

Tantas veces lo ha dicho: un hombre sólo es lo que recuerda. Debiera decir, más bien: un hombre sólo es lo que de él se recuerda.

Gobernar es poblar, leí. Venzamos al desierto haciéndolo desaparecer. Yo era un muchachito y pensé: ¿Desaparecer el desierto? ¡Qué frase tan rara! Es como decir: lo que mejor conviene a la nada es abolirla.

un hombre de verdad jamás deja que el destino tome las decisiones que debió tomar él». He repetido esos conceptos muchas veces. Tantas, que alguna gente los cree míos. Pero no. Son de Bartolomé Descalzo.

Tiempo atrás, López Rega había descubierto que la voluntad de poder se funda no tanto en lo que se hace sino en lo que se está dispuesto a hacer.

El conductor de los evolucionistas era Justo; el de los reformistas, José Félix Uriburu, un general puro y bien intencionado, hasta cuando conspiraba.

Usted bien sabe que yo no digo malas palabras, pero para la historia no hay sino una. La historia es una puta, López. Siempre se va con el que paga mejor.

Mientras ayudaba a mi amigo a desembarazarse del sobretodo, le dijo que sobretodo y hombre libran un eterno combate, y que si nadie acude en auxilio del hombre, éste pierde fatalmente. Nos reímos. Mi amigo le comentó: Eso podría ser un poema, un haiku. ¿Se le ha ocurrido ahora, General? Sí, respondió Perón. A cada rato me brotan las parábolas y las alegorías. Pero después leímos que la misma frase aparecía en una entrevista del año pasado, y de siete años atrás.

Un antiquísimo poema zen empieza de pronto a rondarlo: 
Veinte años peregriné,
fui al este y al oeste.
Por fin regresé a Seikén.
No me había movido nada.

Me cuentan que ahora repite a quienes van a visitarlo a Madrid que la única verdad es la realidad. Entonces le gustaba decir, en cambio, que para cada hombre había una verdad, y que no conocía dos verdades iguales.

En la cara se le dibujan los recuerdos de lo que está por leer: un pasado que se le fue antes de que pudiera gozarlo, como el de los niños, tejido con los fugaces hilos de lo que mañana haré, mañana seré.


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